Querida Iglesia,
Nunca pensé que llegaría un día como este en el que no podríamos vernos. Estos días sin ti, me he dado cuenta de que eres más importante de lo que pensaba que eras. Dicen: “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Aún no te he perdido, pero se siente solo estar lejos de ti. La sensación de despertarme temprano en la mañana el sábado y elegir ese vestido especial y vestirme para la adoración es algo que echo de menos.
Lo siento por no apreciarte; te he dado por sentado durante tantos años. Perdón por no despertarme temprano para llegar a la Escuela Sabática y por decir que no cuando me pidieron que participara. Me disculpo por no decirle a ese hermano y hermana lo mucho que les aprecio o no lavar los pies de esa persona cuando pude. Perdón por no cantar los himnos en el servicio de cantos.
¿Qué sería mi vida sin mi familia de iglesia?
Recuerdo a esas personas que me recibían con una sonrisa y un abrazo en la entrada. Extraño oír a mi iglesia cantar con todo su corazón los himnos favoritos, extraño ver las sonrisas de mis hermanos y hermanas. Extraño esos poderosos sermones cara a cara, escuchando todos las alabanzas y “amén” a mi alrededor.
Sí, puedo seguir y seguir.
Solo quiero que sepas cuánto te extraño. ¿Y cómo puedo olvidarme de esas noches de diversión con mi familia de iglesia? traes todo eso y mucho más a mi vida. Un virus tenía que interponerse entre nosotros para darme cuenta de lo importante que eres para mí. Sé que pronto nos volveremos a ver, y no repetiré los mismos errores. Disfrutaré cada segundo que esté a tu lado. Sé que habrá un día en el que ya no estaremos juntos, y por eso aprovecharé cada momento; porque sé que las cosas no son iguales sin ti, querida iglesia.