Queria dormir pero no podía conciliar el sueño. Mis ojos estaban pesados, pero mi corazón lo estaba aún más. Aunque había pasado más de una noche en vela en esos campos, algo sobre esa noche en particular se sentía diferente. Simplemente no podía identificar qué.
Los otros pastores estaban reunidos alrededor del fuego. Participaban en una apasionada discusión sobre la profecía del nacimiento de un Salvador. Escuché por un tiempo, incluso oré con ellos por la pronta venida del Mesías. Pero la inquietud en mi interior no parecía disminuir.
Había crecido escuchando sobre estas cosas en casa, y aunque creía, me avergüenza admitir que no creía lo suficiente. Parte de mí estaba sin esperanza. Mi corazón se sentía dividido.
¿Por qué?
La sociedad parecía estar retorcida sin reparo. Era difícil seguir creyendo en medio de tanta oscuridad. El mal se había elevado a proporciones astronómicas. Y yo estaba cansado. Cansado de la injusticia, cansado del odio. Estaba cansado de la muerte. Cansado de todo el pecado allá afuera y de todo el pecado dentro de mí.
La humanidad necesitaba un Mesías, eso era un hecho. Y yo necesitaba desesperadamente un Salvador, sin duda. Pero, ¿por qué aún no había venido? ¡Era el momento! ¡Las profecías se habían cumplido! ¿Nos habría olvidado? ¿Habría cambiado de opinión?
Sin embargo, me aferré a la última chispa de esperanza dentro de mí.
Dios, ¿estás ahí? No sé cuánto más de esta espera puedo soportar…
De repente, detrás de nosotros, una luz tenue brilló. Al principio, pensé que tal vez era otro grupo de pastores que pasaba. Pero luego, la luz se intensificó y una voz, más profunda que cualquier voz que hubiera escuchado antes, dijo:
“No temáis, porque os traigo nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. Seguido de eso, una multitud de voces celestiales cantó al unísono:
¡No podía contener mi emoción!
Apenas estaba empezando a amanecer cuando lo encontramos. Era evidente que ambos padres también habían pasado una noche en vela, pero con rostros amables nos recibieron.
Allí estaba, tal como había dicho el ángel. Envuelto en pañales, en un pesebre.
Conmovido hasta lo más profundo, cayendo de rodillas y jadeando por aire; abrí la boca, pero no pude decir nada. Nuestro Salvador había nacido, estaba en la presencia del Rey. Mis ojos habían visto al Mesías.
La promesa se había cumplido. Y yo estuve allí para atestiguarlo.
Fue una noche sin dormir, pero seguro que fue la mejor de mi vida.