La mansedumbre es poderosa. Puede abrir puertas donde no las hay y construir puentes con cuerdas quemadas. Te ayuda a navegar con gracia en situaciones complicadas. Es sabiduría que viene de lo alto. Este maravilloso fruto del Espíritu era la mayor virtud de Abigail, pero ciertamente no era la de su esposo.
Después de que David, con mansedumbre perdonara la vida de Saúl -el hombre que lo estaba persiguiendo- (1 Samuel 24), él y sus soldados se dirigieron al desierto de Parán. En esta región, había un hombre muy rico llamado Nabal, quien era tosco y malvado.
David y su gente habían estado acampando alrededor de los pastores de Nabal; cuidando de su seguridad de paso. Un día, David envió a sus hombres a hablar con Nabal y pedirle que compartiera algunas provisiones con ellos. Sin embargo, la respuesta de Nabal fue increíblemente grosera.
Furioso por su falta de cortesía, David decidió eliminar a Nabal y a todos los de su casa. Uno de los pastores de Nabal corrió hacia Abigail para contarle lo sucedido. Abigail, llena de mansedumbre inmediatamente se dispuso a hacer control de daños por la catástrofe que su rudo esposo, Nabal, había traído sobre su casa.
Envió a los hombres de David una generosa provisión de alimentos. Entonces, personalmente se encontró con él y, con mansedumbre, lo disuadió de su intención vengativa.
“Cuando Abigail vio a David, se bajó rápidamente de su burro y se inclinó ante David con el rostro en tierra. 24 Cayó a sus pies y dijo: ‘Perdona a tu sierva, mi señor, y permíteme hablarte; escucha lo que tu sierva tiene que decir'”. 1 Samuel 25:23-24
Ese día, la mansedumbre ganó, y Abigail halló gracia ante los ojos de David.
¡Pero la historia no termina ahí! ¡La trama se pone buena! Si quieres saber a dónde llevó la mansedumbre a Abigail y la rudeza a Nabal, lo puedes encontrar en 1 Samuel 25.