La esperanza se define como un sentimiento de expectativa y deseo de que ocurra algo en particular.
Era el verano de 2011, y estaba vendiendo libros a través de un programa de becas universitarias. Contaba con esas ganancias para seguir adelante. Pero, un día, ocurrió lo inesperado. Las sombras de la noche empezaron a envolver los últimos rayos del sol antes de que lograra poner una sola moneda en mi bolsillo. Mi corazón se sentía aplastado por la ansiedad de un día infructuoso.
Antes de darme cuenta, estaba parada al lado del camino cuestionando a Dios. Toda esperanza estaba muerta dentro de mí.
Vi una casa más mientras me acercaba a la intersección donde llamaría para que me recogieran. Después de un día tan difícil, lo último que quería era más interacción humana. Pero, después de un largo debate con Dios, decidí acercarme y tocar la puerta.
Cuando vi a los padres de la casa escuchando atentamente mi discurso, volví a sentir esperanza. Luego, el padre se levantó y salió de la habitación inesperadamente. Regresó minutos después, diciendo: “Mira, esto es lo que vamos a hacer; te vamos a ayudar con esto”, mientras sacaba un fajo de billetes de su bolsillo.
Era incluso más de lo que usualmente ganaba en un día. No podía creer lo que veía.
Después de una noche de lucha
Todo esto me recordó la experiencia de Pedro después de su noche infructuosa en el mar – Lucas 5. Probablemente estaba frustrado, estresado y sin esperanza, igual que yo. Sin embargo, Dios permitió que Pedro pasara por esa experiencia para que fuera testigo de Su poder y sintiera la certeza de Su eterna presencia.
¿A veces sientes que estás dando todo de ti pero no ves resultados? Hoy quiero animarte a que sigas adelante. Jesús ve tu arduo trabajo y disciplina. Él conoce tus necesidades e intenciones. Él cuida al gorrión; definitivamente también te cuida a ti.
Echad toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros. – 1 Pedro 5:7
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