Vivimos en la era del amor propio. Dondequiera que miramos—música, películas, series, libros—el mismo mensaje resuena: “Ponte a ti primero.” “Ámate a ti misma.” “Enfócate en ti.”Las mujeres, en particular, están constantemente bombardeadas con esta línea de pensamiento.
Pero ¿y si te dijera que esta mentalidad es correcta e incorrecta al mismo tiempo? ¿Y si te dijera que el egoísmo y el auto-abandono son dos caras de la misma moneda?
¿Dónde está el punto medio?
Esto es lo que amo acerca de las Escrituras: traen claridad al caos, iluminan cada aspecto de nuestra experiencia humana y nos dan un modelo de vida, incluso cuando la cultura nos lanza mensajes contradictorios.
Por qué importa el orden
La Biblia nos enseña a amarnos a nosotras mismas. Pero no nos enseña a ponernos en primer ugar. Ella nos revela un orden divino: Dios primero, luego yo, y después mi prójimo.
Cuando amamos a Dios primero, comenzamos a vernos a nosotras mismas y a los demás como Él nos ve: con propósito, gracia y dignidad. Poner a Dios en primer lugar nos da una comprensión clara de nuestra identidad en Él. Esa comprensión se convierte en una protección contra el egoísmo y el auto-abandono, y se traduce en relaciones más sanas con quienes nos rodean.
Amor propio con gracia, no con ego
Jesús no dijo: “ En lugar de amarte a ti misma, ama a tu prójimo.”Él dijo:“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Eso implica un amor propio saludable, centrado en Dios. Esto no es narcisismo ni auto-obsesión—es reconocer que fuiste creada de forma maravillosa y admirable, y que mereces cierto tipo de trato; empezando por ti misma. Cómo te hablas ti misma importa.
Fuiste creada a imagen de Dios (Génesis 1:27) y redimida a un alto precio (1 Corintios 6:20).
La manera en que cuidas tu cuerpo, mente y corazón refleja quién o qué ocupa el lugar número uno en tu vida. Cuando ese lugar lo ocupa Dios, te sentirás bien contigo misma. Cuando lo ocupa cualquier otra cosa o persona—incluso tú misma—no tanto.
Amando a tu projimo desde una copa llena
No puedes dar lo que no has recibido.
Cuando estamos llenas del amor de Dios y honramos la identidad que Él nos dio, entonces podemos extender ese amor a los demás con compasión, paciencia y gracia, sin caer en el egoísmo o el auto-abandono. Amar bien a tu prójimo es el fruto de una vida enraizada en el amor de Dios y de un corazón que se valora sanamente.
Algunas preguntas para reflexionar:
¿Buscas tu valor en Dios, en las personas o en tus logros?
¿Te estás tratando con la misma compasión que le ofrecerías a una amiga?
¿Tu amor por los demás fluye de una relación completa con Dios?
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.”
Este es el primero y más grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
—Mateo 22:37-39
También te puede interesar: