Me sentía eufórica. La espera había terminado. Era el semestre de primavera de mi segundo año de universidad, y después de recibir la carta de aceptación, estaba lista para comenzar mi primer semestre en enfermería. Marcaba los días en mi calendario durante las vacaciones de Navidad con anticipación a lo que se acercaba. El viernes antes de que comenzara el semestre, me senté con otros cincuenta y nueve nuevos estudiantes de enfermería para una mañana de orientación.
Como era la primera semana de enero, hacía frío y estaba oscuro afuera. Los cristales de las ventanas estaban cubiertos de escarcha, pero ni siquiera el clima más gris podría haberme dado una pista de la tristeza que estaba a punto de experimentar. Hacia el final de la orientación de enfermería, tocamos el tema de las rotaciones clínicas.
La profesora a cargo nos dio una descripción del proceso legal que teníamos que completar para poder asistir a nuestras rotaciones clínicas. Tenía que hacerme una verificación de antecedentes criminales, y para eso, necesitaba un número de seguro social.
Pero no tenía uno.
Cuando mi familia y yo nos mudamos a Texas cinco años antes de eso, nos mudamos como misioneros. El tipo de visa que yo tenía no me otorgaba un seguro social. Eso no había sido un problema hasta el momento. Pero ahora lo necesitaba para obtener una verificación de antecedentes criminales para asistir a mis rotaciones clínicas.
Ese mismo lunes, fui temprano al sitio donde se verifican los antecedentes criminales. Confirmé que no podía hacerlo sin un número de seguro social. Así que, me dirigí al departamento de enfermería para hablar con la directora de la facultad y explicarle mi situación. El programa de enfermería comenzaba cada año solo en el semestre de primavera. No podía esperar un año entero mientras pasaba por un cambio de estatus. Sin embargo, hasta el momento era mi única opción. Oré y supliqué. Sin embargo, no había mucho que se pudiera hacer; las reglas eran las reglas.
¡Qué terrible! después de tanta dedicación académica y esfuerzo financiero y espera estaba fuera del programa de enfermería por una razón más allá de mi control. Me sentí enojada, triste y frustrada. Salí de ahí y me fui corriendo a otro edificio del campus, entré al baño y lloré. Dije: Dios, ¿cómo es esto justo? ¿Dónde conseguiré el dinero para pagar un año extra de universidad? Dios, ¿qué se supone que debo hacer? Y todo lo que escuché fue silencio, ni siquiera un “espera”. Después de un rato, sequé mis lágrimas y me fui a casa sintiéndome derrotada.
En este punto, tenía que tomar una decisión…
(continuará)
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