Consolar, en general, nunca ha sido mi punto fuerte. No es porque no me importe, sino por mi temor a decir o hacer algo incorrecto. Cuando era estudiante de enfermería en la universidad, nuestros profesores solían advertirnos sobre los peligros de la fatiga por compasión y sus implicaciones en la calidad del cuidado (algo a lo que los proveedores de salud son especialmente propensos). Más tarde, fui testigo del impacto de un ambiente reconfortante —o la falta de uno— en un entorno médico. Fue entonces cuando me vi obligada a reevaluar mis conceptos erróneos sobre el cuidado y el consuelo, llegando a la conclusión de que, al igual que el amor, la empatía genuina solo puede venir de lo alto.
Este mes, estamos leyendo la historia de Job en el plan de lectura de la Biblia. ¡Y vaya que sus amigos estaban bien despisatdos! De haber prolongado su silencio, todos habrían estado mejor ¿verdad?
Si bien es fácil juzgar la dureza de sus palabras y la falta de cuidado en sus acciones, también es importante recordar que eran humanos como nosotros. Y lo más probable es que, en algún momento, de una forma u otra, hemos sido tan insensatos como los amigos de Job.
Hoy quiero compartir contigo cuatro consejos sobre cómo ser una presencia reconfortante en tiempos de necesidad:
Controla el impulso de hablar
Aprender a estar presente sin tener que hablar siempre será valioso y evitará mucho dolor tanto a ti como a quienes te rodean. A veces, un abrazo, una mano en el hombro o una comida caliente comunicarán más y de manera más efectiva que cualquier palabra pronunciada.
Evita los juicios apresurados
Nada es más molesto que alguien que intenta juzgar, impartir sabiduría o dar consejos no solicitados cuando estás pasando por un momento difícil. Los amigos de Job lo acusaron de ser responsable de sus tragedias. En lugar de consolarlo, solo le causaron más angustia. Recuerda, solo Dios conoce todas las razones. No es nuestro lugar dar respuestas, solo compasión.
Habla palabras que edifiquen
Antes de hablar, pregúntate: “¿Estas palabras van a edificar o a derribar?” Si no estás seguro, es mejor no hablar. En lugar de ofrecer ánimo, los amigos de Job pronunciaron palabras que lo derribaron. Incluso los describió como “consoladores miserables” (Job 16:2). Sus consejos bien intencionados se convirtieron en acusaciones y debates, haciendo que Job se sintiera aún más aislado.
Recuerda, nuestras palabras tienen poder. Pueden sanar o herir. Al consolar a otros, debemos hablar palabras que afiancen el amor de Dios, brinden esperanza y les recuerden Su fidelidad.
Orar en lugar de predicar
Al consolar a alguien, es más poderoso orar con y por ellos que intentar aliviar su dolor con consejos. La oración invita la presencia de Dios a la situación y brinda la fuente suprema de consuelo.
Un llamado
Consolar a alguien que está sufriendo es tanto un arte como un llamado. De los amigos de Job aprendemos qué hacer: estar presentes y empatizar; y qué evitar: juicios y palabras dañinas. Esforcémonos por reflejar el amor de Dios hacia aquellos que están sufriendo, ofreciendo un consuelo genuino que sana en lugar de herir.
“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.” 2 Corintios 1:3-4
También te puede interesar: