Mis ídolos me estaban matando.No estaba durmiendo lo suficiente, comiendo bien ni disfrutando de la vida como debería hacerlo cualquier persona sana y feliz. En cambio, estaba consumida por un espíritu obsesivo y competitivo; el miedo al fracaso y una sed insaciable de éxito. Competir por el promedio más alto de toda la escuela me estaba costando la cordura y el bienestar general. Tenía trece años y ya estaba quemando la vela por ambos extremos. Pero lo peor de todo es que había caído en el pecado de la idolatría. Y mis ídolos me estaban llevando por un camino muy oscuro.
Un amor genuino por el aprendizaje se había convertido en una daga mortal que atravesó mi juicio hasta lo más profundo de mi conciencia. En un sentido espiritual, me dejó en el suelo; sangrando, jadeando por aire, luchando por mi vida. Porque así es como los ídolos falsos tratan a sus adoradores. Te dejan sintiéndote ansiosa, triste, perdida, confundida y vacía. Todo el esfuerzo y la dedicación que puse en la escuela ese año fue, al final, en vano. Por una milésima de decimal, quedé en segundo lugar. Pero incluso si hubiera quedado en primer lugar, no habría valido la pena.
“No tendrás dioses ajenos delante de mí”
Éxodo 20:3
Fuimos creados para adorar. Es un instinto natural. Está escrito con tinta indeleble en las paredes internas de nuestra secuencia de ADN. Está grabado en cada capa de nuestros huesos. Entrelazado con cada fibra de nuestros músculos. Manifestado en cada aliento que tomamos. Esta necesidad innata de adorar no es solo parte de quienes somos, es la huella de nuestra identidad. Pero así como cada tipo de molécula en nuestro cuerpo fue hecha para un tipo específico de receptor, así también nuestro corazón fue creado para un Objeto específico de adoración. Por eso, cuando hay una ligera distorsión en el enfoque de esa adoración, el caos estalla por dentro . Todo a nuestro alrededor se sale de control.
Causas buenas y nobles pueden, en un abrir y cerrar de ojos, convertirse en ídolos en el momento en que se colocan en el lugar equivocado del trono de nuestro corazón. Cualquier cosa o persona que no pertenece allí, cuando es forzada a ocupar ese lugar, solo inyectará dolor, sufrimiento y muerte en nuestras venas. Dios es el único que puede hacer justamente lo contrario. Él es el único que puede soplar vida a una existencia que, de otro modo, no tendría sentido. Porque así es como Dios trata a Sus adoradores. A diferencia de los ídolos falsos, Él los llena de alegría, claridad, propósito y una paz que sobrepasa todo entendimiento.
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