El simple acto de escuchar me pudo haber ahorrado uno de esos momentos trágame tierra que nunca olvidaré. Tenía muchas cosas que hacer ese día, y lo primero en mi lista de tareas pendientes era pasar por el cajero automático. Cuando introduje mi tarjeta y puse mi PIN, el cajero emitió un sonido y un mensaje apareció en la pantalla que decía: “Imposible de leer”. Así que la saqué e introduje nuevamente. Pero no hubo suerte en la segunda vez… ni en la tercera, cuarta o quinta.
Me estaba quedando sin tiempo y paciencia. Entré apurada al banco, molesta y lista para decirle a la gente del banco que su cajero automático no estaba funcionando. Con mi tarjeta y billetera en mano, me acerqué a la señora de servicio al cliente y le dije: “Disculpe, señora, su máquina afuera no está funcionando”.
Ella detuvo inmediatamente lo que estaba haciendo, levantó la vista y, con una sonrisa amable, preguntó: “¿Está segura de que está usando la tarjeta correcta?” ¡pero cómo se atreve! pensé… ¡por supuesto que estaba usando la tarjeta correcta! Así que respiré profundamente y respondí de la manera más relajada posible que mi impaciencia permitía: “¡Sí! ¡Por supuesto que estoy usando la tarjeta correcta! ¡Mira!” dije, extendiendo mi brazo y mostrándole la tarjeta.
Continué con una retahíla exagerada durante unos buenos cinco minutos sobre cómo había estado intentando afuera durante mucho tiempo, habiendo ingresado el PIN correcto y todo, sin éxito. La señora del banco simplemente se sentó allí y escuchó con paciencia.
A mitad de mi retahíla…
Eché un vistazo a la tarjeta que le estaba mostrando. Me di cuenta de que, de hecho, era la tarjeta incorrecta. Simplemente tenía otra tarjeta de otro banco que era del mismo color.
Frené en seco con mis argumentos. Miré a la señora, luego nuevamente a la tarjeta, y le sonreí con vergüenza. Ella me devolvió la sonrisa, entretenida. Me di la vuelta y salí en silencio. Regresé al cajero automático, introduje la tarjeta correcta y saqué el dinero sin problema esta vez.
Estaba tan enfocada en probar mi punto que me olvide de escuchar. ¿Te ha pasado eso antes?
La Biblia nos anima a ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y para enojarnos.
¿Estás teniendo problemas para comunicarte o conectar en tus relaciones interpersonales? ¿Es tu tiempo de oración más como una lista de compras que como una conversación con Dios? Quizás sea hora de darle una buena oportunidad al hábito de escuchar y ver cómo florecen tus relaciones con Dios y con los demás.
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