La mujer que lo arriesgó todo

La mujer escuchó que Jesús venía a la ciudad. Esta era su oportunidad. Tenía que intentarlo. Todo su dinero lo había gastado en médicos, y no le quedaba nada. Estaba sin dinero, y además, sin familia, sin amigos, sin comunidad; lo había perdido todo. Todo, excepto una cosa: su fe.

Con la última gota de esperanza y energía que le quedaba, se abrió paso entre la multitud con todas sus fuerzas. Una parte de ella tenía miedo. Sin embargo, ignorando todas las convenciones sociales de su tiempo, decidió acallar el temor a las consecuencias de desafiar las normas, y con lo único que le quedaba dentro-su fe- siguió adenlante, sabiendo que esa era su única esperanza y que ese día o sería sanada, o moriría intentándolo. Si tan solo pudiera tocar el borde de Su manto, sabía que sería sanada. Y con cada paso que daba hacia Jesús, su fe se hacía más fuerte.

La mujer estaba cada vez más cerca, y cuando vió la oportunidad, estiró su brazo lo más lejos posible. Al caer al suelo, la punta de su dedo tocó el borde de Su vestidura. Sintiendo alivio instantáneo, supo que había sido sanada.

Entonces escuchó esas cuatro palabras… “¿Quién me ha tocado?”
Marcos 5:31

El miedo la invadió, y cuando la multitud se detuvo en un silencio ensordecedor, una gota fría de sudor rodó por su frente, manchando el suelo. Una sola gota de sudor que llevaba los recuerdos de años de ropas íntimas manchadas de sangre y la mancha social que ninguna cantidad de agua ni jabón podía quitarle. La sociedad le había arrebatado injustamente su valor como mujer por sufrir una enfermedad sobre la que no tenía control. Incapaz de levantar la cabeza o ponerse de pie, finalmente susurró: “Fui yo”. Después escuchó a uno de sus discípulos hablar y a Jesús hablar de nuevo, pero no pudo concentrarse en nada de lo que decían; estaba reuniendo el valor para decirlo más alto… “¡Fui yo, Jesús, fui yo!”

De repente, pisando la mancha de sudor de la gota que había rodado de su frente, vio un pie, luego una mano. ¿Una mano? ¿Alguien le estaba ofreciendo la mano? ¿Alguien estaba dispuesto a tocarla? Nadie la había tocado en años; el cálido sentimiento del contacto humano ya era algo extraño para ella.

Mientras extendía su mano hacia la otra, escuchó las palabras más hermosas que jamás había oído en su vida.

Él le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y queda libre de tu sufrimiento”.
Marcos 5:34

“Hija, tu fe te ha sanado”.

Pero espera, ¿podría ser… Jesús? ¡Era Jesús! ¡Oh, hermoso Jesús!

Él la cuidó, la valoró y, por encima de todo, la apreció. Su valor como mujer, su valor como ser humano no estaba en ningún estatus social o en su situación de salud; su valor estaba en Jesús, su Salvador.

La mujer con el flujo de sangre eres tú, soy yo. Si estás leyendo esto, es probable que, al igual que la mujer con el flujo de sangre, necesites un milagro.

Esa mujer que elige aferrarse a la fe, también puedes ser tú. Cuando las durezas de la vida te quiten todo lo que tienes, no dejes que te quiten tu fe, y no dejes que te quiten tu sentido de valor. Recuerda, tu valor está en Jesús, tu Salvador.

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