Silent night Noche de paz

Noche de paz

Al principio no fue una noche de paz en la posada. En realidad, fue una noche muy agitada. ¡Incluso me atrevería a decir que fue la más ajetreada de la temporada! Había un censo en marcha, y puedes imaginarte la cantidad de tráfico que tuvo nuestro pequeño pueblo ese año. Aunque la situación era agotadora, nuestros corazones no podían estar más agradecidos. Mi esposo y yo habíamos estado luchando por mantener nuestra posada a flote, y la cantidad de viajeros que pasaban era precisamente el milagro que habíamos estado esperando.

“Dios proveerá, querido”, eran mis palabras habituales, pero me sentía como una hipócrita. Mientras animaba a mi esposo, lidiaba con mi ansiedad en silencio.

Esa noche en particular, la posada estaba más allá de su máxima capacidad. Incluso tuvimos que acomodar a viajeros en los pasillos y en el comedor, algo que nunca había sucedido antes. ¡Parecía que al fin lo lograríamos!

Mientras acomodábamos al último viajero en el suelo y apagábamos las luces principales, mi sueño de una noche de paz, silencio y tranquilidad se desvaneció. Escuchamos un golpe en la puerta. “Dios, por favor, que no sea otro huésped.”

¿Y adivina qué? Dios respondió mi oración palabra por palabra. No era otro huésped; eran dos huéspedes más, un hombre y su esposa, ¡y ella estaba embarazada! Podía ver el cansancio detrás de su amable sonrisa, mezclado con un leve toque de dolor e incomodidad. Los ojos de su esposo eran una mezcla de preocupación y bondad.

Mi esposo y yo nos miramos sin saber qué hacer. Sabía que él estaría de acuerdo en ceder nuestro dormitorio sin pensarlo dos veces, pero ¡ya lo habíamos hecho! Nosotros y nuestros hijos estábamos durmiendo en la cocina.

Con el corazón apesadumbrado, los rechazamos.

Después de cerrar la puerta, se me ocurrió una idea. No era ideal, pero era mejor que nada. Le pedí a mi esposo que los llamara de nuevo y les dijera que podíamos hacer espacio en el establo. Me avergonzaba que tuvieran que quedarse ahí, pero era lo mejor que podíamos ofrecer. Después de que se acomodaron, finalmente nos fuimos a dormir, agotados tras un largo día. No tenía idea de que la noche sería cualquier cosa menos tranquila.

Unas horas después, volvimos a escuchar un golpe en la puerta. Era José del establo; su esposa María estaba en labor de parto. Me apresuré a calentar agua y buscar ropa limpia extra para ellos. Poco después, nació un bebé y fue colocado en un pesebre.

Noté una estrella brillante mientras mi esposo y yo regresábamos a la posada. Recuerdos lejanos de una profecía mesiánica cruzaron mi mente. ¿Podría ser? Antes de entrar a la posada, escuchamos a un grupo de pastores bajando por la calle. Corrimos de regreso y los encontramos adorando al bebé. No pudimos evitar arrodillarnos junto al pesebre. La estrella sobre el establo brillaba más que nunca.

¡Qué privilegio! ¡El Rey de reyes había nacido en nuestra posada! Esa noche entendí que Dios, para nuestras aflicciones, no solo había provisto una solución temporal, sino también una solución permanente.

Este cuento corto está basado en Lucas 2.

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