El amor no toma atajos. En lugar de eso, el amor prefiere tomar el camino largo a casa. Cuando rápido y fácil parecen la opción razonable y más conveniente, el amor dice: “No gracias, me tomaré mi tiempo”. Camina cuando los demás corren, espera cuando otros se desesperan, permanece cuando todos se van y cree cuando nadie más lo hace.
El amor no cree en hacer trampas; nunca lo ha hecho y nunca lo hará.
El amor odia la idea de jugar juegos mentales, por eso nunca intentará controlarte o manipularte. Sin proyectar incongruencia, el amor siempre se acercará a ti con honestidad y franqueza.
El amor es fan de los verbos, elocuente en el silencio y audaz pero a la vez gentil.
El amor atraviesa la tormenta y habita en la calma. Nieve, granizo o lluvia no son obstáculos para que el amor te alcance.
El amor toma riesgos, pero siempre conduce a la seguridad. Es un fuego que quema en el alma, la llama que no lastima, sino que purifica y da vida.
El amor protege, consuela, eleva, inspira; respeta y valora tu individualidad, tu singularidad, tu esencia. Por naturaleza, da y perdona.
El amor es compromiso, no es voluble. Principio, no emoción. El amor te elige, incluso cuando tú no eliges al amor.
El amor espera, sana, restaura, redime. No importa qué, no importa dónde, no importa quién, no importa cuándo, el amor nunca tomará el camino fácil.
La prueba de esto es una tarde gris de viernes; cuando al Amor, colgado en una cruz, no le importaba estar expuesto a los elementos, al ridículo de una multitud o a la posibilidad de rechazo. En cambio, lo único que le importaba al Amor era liberarnos.
Porque eso es lo que hace el amor. El amor nos libera a ti y a mí.
Sin tomar atajos.
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
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